sábado, abril 15, 2006

Plagia que algo queda

Parece que el plagio se pone de moda en nuestro país, desde los casos más célebres y conocidos por estar implicados en los mismos famos, famosetes, famosillo o miembros del gobierno (no se olviden Vds. de aquel alto cargo que tras ser pillado "in fraganti" se defendía con aquello de la intercontextualización palabreja que además de no significar nada no se encuentra reconocida por nuestra Real Academia. No sólo plagiarios sino, encima, analfabetos.
Decía que debe ser una cuestión "a la moda" por cuanto me acabo de encontrar con otro plagio en el proceloso mundo de internet en el que con el "copiar y pegar" la técnica está al alcance de cualquiera que sepa manejar un ratón.
El "muerto" pasado por un muy querido amigo aparece en una página masónica y firmado por un caballero de larga pluma y un estilo tan peculiar que con solo echarle un vistazo uno se percata de que "aquello" jamás pudo haber salido de semejante plumífero, las comas en su sitio, los puntos donde deben estar, ni una sola errata (algo que por otra parte y cuando la creación sale de su teclado encontramos a troche y moche) a excepción de -oh cielos, tenía que ser él- un paréntesis distraido y que coloca a la celebridad de que se habla nada menos que en el siglo de las luces (de les lumieres escribió el ínclito en alguna ocasión olvidando o desconociendo que en francés existe eso de la síncopa que convierte los de les en des aunque claro, para esto hay que haber estudiado algo de gramática francesa y eso es más difícil que traducir macarrónicamente) cuando el probre Ciorán, porque de este filśofo se trata, nos abandonó ayer como quien dice, en 1995.
El plagiario que presume de intelectual y se atribuye la condición de historiador por aquello de mover papeles y legajos de los diferentes archivos que en España son, parece que ha fundamentado su leyenda de erudito en la copia más o menos descarada de todo lo que va encontrando por Internet o en libros de amigos (kleenex más bien por aquello de usar y tirar en cuanto dejan de serte útiles) en sus jornadas dedicadas a la caza de textos poco conocidos que le sirvan para epatar ante un público pazguato y paleto que no sabe de la misa la media y se acaba tragando los cuentos cual si se encontrasen ante el mismísimo flautista de amelín o un vulgar encantador de serpientes al uso; cuestión más que nada de la falta de cultura de este país en el que en cuanto sacas a colación dos o tres nombres más o menos conocidos (en algunos casos hasta los desconocidos sirven siempre y cuando sean foráneos) el personal se queda con la boca abierta.

El caballero que nos ocupa no tien el menor empacho en plagiarse a si mismo de tal manera que le resulta fácil de un libro hacer tres, cuatro o les que se necesiten con irles cambiando el título y alguna cuestión de menor calado en los contenidos. Ya digo, todo un fiera de la copia y la intercontextualización.


No tiene el menor problema para hablar de lo divino y de lo humano cual si de un redivivo prócer renancentista se tratase aunque una ligero vistazo a la producción propia nos presenta a un aprendiz de bachiller cuyo único recurso sea el de manejar los ingentes recursos de la red.

El caballero del que hablo es un tal V. Guerra conocido en todos los foros de internet estén dedicados al tema que sea. Allí donde se presenta deja su impronta de buscapleitos con el único propósito de que se hable de él aunque sea bien (más bien mal en este caso) por aquello del "ladran luego cabalgamos".

Por cierto la página plagiada y el plagio pueden verse en :

El plagio:
http://www.asturmason.es/v1/index.php?option=content&task=view&id=82&catid=38&Itemid=73

El original:
http://biblioteca.itam.mx/estudios/estudio/estudio01/sec_49.html

y por si acaso desaparece también aquí (para aviso de navegantes, el plagio ha sido modificado para que parezca que se trata de una simple recopilación de textos aunque ni se advierte de lo acaecido hasta ahora ni se cita a su autor aunque, eso si, el texto aparece tal cual y con todo su sentido):
El Original

Un deísta (y, como Cioran, un propugnador de la tolerancia), dio la noticia en la segunda mitad del dieciocho: "Dios ha muerto". Noticia con alarma: El gran Hegel dijo que no, que Voltaire no tenía razón: la conciencia de Dios, por el curso del espíritu, ilumina e iluminará siempre la historia Marx y sobre todo Nietzsche contradijeron al maestro de Jena y firmaron el acta de defunción (esa que había empezado a redactar Iván Karamazov con su famosa advertencia).

Dios murió, en efecto. Y, como apunta el poeta Jaime Sabines, lo reemplaza el becerro de oro: las aleluyas son ahora al dinero. Y no se trata de una cuestión teológica. Por lo demás no podría tratarse de un asunto así: en la vida diaria la idea de Dios ha desaparecido (a pesar de todas las invocaciones).

Iván Karamazov había dicho que "si Dios no existe, todo está permitido". La idea del personaje de Dostoievski no está dirigida sólo a los ateos. Al contrario: se endereza sobre todo hacia los creyentes. Quiero decir: no alude a una cuestión teológica sino a una cuestión moral, y en primera instancia ontológica.

De Dios no se puede saber nada en el plano racional, había dicho Heidegger. Camus ponía en, planos secundarios las consideradas grandes preguntas de la filosofía y afirmaba que la mayor era la que debe hacerse por el sentido de la vida. Un poco antes, un creyente entrañable --Miguel de Unamuno-- afirmaba la necesidad de la angustia: las ofertas de la vida eterna también contradicen, la única certeza vital: la constancia de la vida de Miguel de Unamuno, de sus clases en Salamanca, de sugusto porlos puros y por la poesía de Rubén Darío.

La muerte de Dios es quizá la gran coordenada del drama de nuestro tiempo. Para todos: los creyentes piensan que la gran crisis espiritual obedece al abandono de la idea de Dios; los no creyentes, a que ese abandono es demasiado reciente. Albert Camus, quizá uno de los más grandes pensadores del siglo, creía que nuestra crisis es una especie de gran cruda. No es fácil regresar a la realidad. La historia cuenta.

Cioran --aunque él mismo lo haya negado expresamente-- está cerca de Camus. El autor de El extranjero escribió que la dignidad de los hombres sólo depende de la capacidad de asunción: habría pues que asumir nuestra condiciónde mortales, de extranjeros. Conocertal condición para reconocernos, y entonces, sólo entonces, fundar una moral en la que el hombre sea prójimo del hombre no en nombre de Dios sino del más primitivo, y por eso auténtico, sentimiento humano. Camus habló también de los diversos suicidios. Y los condenó: porque entrañarían una renuncia, ennombre de lo que podría llamarse una suerte de confort espiritual.

Y Cioran escribió: "No hay mayor renuncia que la fe". ¿Qué se hace si no sé renuncia? Rebelars e contra el destino. Pero tal rebelión supone una aceptación. O mejor dicho: en la medida en que acepto mi destino me tengo que rebelar ante él.

La diferencia más notable entre ambos pensadores --entre Cioran y Camus-- está en la concepción,de la rebelión. Para Camus no hay, no puede haber una esperanza trascendente pero sí --y justamente por eso-- una esperanza en la dignidad del hombre. Desarraigado de Dios, di-verso al mundo, el hombre enfrenta la muerte solidariamente. Cioran piensa que todo esto es un nuevo engaño
La copia

Un deísta como Cioran, un propugnador de la tolerancia dio la
noticia en la segunda mitad del S XVIII: "Dios ha muerto". Noticia
con alarma: el gran Hegel dijo que no, que Voltaire no tenía razón:
la conciencia de Dios, por el curso del espíritu, ilumina e iluminará
siempre la historia. Marx, y sobre todo Nietzsche, contradijeron al
maestro de Jena y firmaron el acta de defunción (esa que había
empezado a redactar Iván Karamazov con su famosa advertencia).

Dios murió, en efecto. Y, como apunta el poeta Jaime Sabines, lo
reemplaza el becerro de oro: las aleluyas son ahora al dinero. Y no
se trata de una cuestión teológica. Por lo demás no podría tratarse
de un asunto así: en la vida diaria la idea de Dios ha desaparecido
(a pesar de todas las invocaciones que podemos escuchar).

Iván Karamazov había dicho que "si Dios no existe, todo está
permitido". La idea del personaje de Dostoievski no está dirigida
sólo a los ateos. Al contrario: se endereza sobre todo hacia los
creyentes. Quiero decir: no alude a una cuestión teológica sino a una cuestión moral, y en primera instancia ontológica.

De Dios no se puede saber nada en el plano racional, había dicho
Heidegger. Camus ponía en planos secundarios las consideradas grandes preguntas de la filosofía y afirmaba que la mayor era la que debe hacerse por el sentido de la vida. Un poco antes, un creyente entrañable --Miguel de Unamuno-- afirmaba la necesidad de la angustia: las ofertas de la vida eterna también contradicen, la única certeza vital: la constancia de la vida de Miguel de Unamuno, de sus clases en Salamanca, de su gusto por los puros y por la poesía de Rubén Darío.

La muerte de Dios es quizá la gran coordenada del drama de nuestro tiempo. Para todos: los creyentes piensan que la gran crisis espiritual obedece al abandono de la idea de Dios; los no creyentes, a que ese abandono es demasiado reciente. Albert Camus creía que nuestra crisis es una especie de gran resaca (lo que sentimos despues de una noche de copas). No es fácil regresar a la realidad.

Cioran --aunque él mismo lo haya negado expresamente-- está cerca de Camus. El autor de El extranjero escribió que la dignidad de los hombres sólo depende de la capacidad de asunción: habría pues que asumir nuestra condición de mortales, de extranjeros.
Conocer tal condición para reconocernos, y entonces, sólo entonces, fundar una moral en la que el hombre sea prójimo del hombre no en nombre de Dios sino del más primitivo, y por eso auténtico, sentimiento humano.
Camus habló también de los diversos suicidios. Y los condenó: porque entrañarían una renuncia, en nombre de lo que podría llamarse una suerte de confort espiritual.

Y Cioran escribió: "No hay mayor renuncia que la fe". ¿Qué se hace si no sé renuncia? Rebelarse contra el destino. Pero tal rebelión supone una aceptación. O mejor dicho: en la medida en que acepto mi destino me tengo que rebelar ante él.

La diferencia más notable entre ambos pensadores --entre Cioran y Camus-- está en la concepción, de la rebelión. Para Camus no hay, no puede haber una esperanza trascendente pero sí --y justamente por eso-- una esperanza en la dignidad del hombre. Desarraigado de Dios el hombre enfrenta la muerte solidariamente. Cioran piensa que todo esto es un engaño.

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